TUMBES (retrocediendo)
Jueves 4 de marzo
 
En la mañana, temprano, desayunamos con Pancho y nos despedimos.
Siempre es duro despedirse de las personas que uno aprende a querer.
Y esta travesía ha tenido esa característica. Vivir abrazando, con alegría al llegar, y, con gran tristeza, al partir. Dejaba la seguridad de mi “mamá” mona (así les llaman a los guayaquilenses) y entraba, nuevamente, en el terreno de lo inesperado.
Pasé las dos aduanas, la ecuatoriana y la peruana, sin dificultades.
Atravesar el Puente de la Paz, en sentido inverso y sin el objetivo alcanzada, me generó sentimientos encontrados.
No entré a Zarumilla. Ya había hablado con Jorge Ugarte, en Tumbes, y le había anticipado mi llegada.
Llegué como a las 4 de la tarde. Busqué el domicilio de Jorge Espinoza y me estacioné en la puerta.
No era una hora conveniente para llamarle, de manera que bajé a estirar las piernas, mientras dejaba pasar la siesta.
En eso estaba, cuando escuche un grito a mis espaldas: “¡Horacio!”.
Sonamos, pensé, ¡hasta aquí me siguen los acreedores!
Era Enrique, el agradable hijo de Jorge, que partía a jugar tennis.
Saludos efusivos y le avisó a su padre de mi presencia.
Con Jorge fuimos a tomar algo al centro. Compré un chip peruano para mi teléfono local y saqué unos soles del banco.
Nos reunimos con Jorge Ugarte y fuimos a tomar unas “cremoladas”, jugos escarchillados de fruta.
Nos separamos con la promesa de Jorge Ugarte de reunirnos a última hora, para darme algunos contactos en el Sur de Perú. Fue la última vez que supe de él.
En la noche, compartí un rato con Isabel, Enrique y Jorge Espinoza y me fui a descansar.
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