Hoy me levanté temprano y desayunamos con Pancho, que es un anfitrión increíble.
Mientras estábamos allí, llegó Ricardo Koenig, un argentino, exitoso empresario en marketing y su esposa Cecilia en publicidad.
Ricardo Köenig. Paisano, past Gobernador y un tipazo, de aquellos...
Ricardo está semiretirado de los negocios y se dedica a disertar sobre su especialidad.
Es un past Gobernador del periodo 2005/06.
Con Ricardo fuimos a Radio Centro, donde él había pactado una nota.
Allí me entrevistó Xavier Benedetti y luego nos fuimos a la oficina de Ricardo.
Este muy agradable e interesante compatriota, pese a su retiro laboral, no se ha bajado de la motoneta. Está conduciendo un programa de reinserción de jóvenes pandilleros.
Gracias a este programa ya han logrado reinsertar alrededor de 12.000 jóvenes en Guayaquil. En su propia casa, uno de sus colaboradores es un joven pandillero.
Paralelamente, trabaja en un programa de recuperación de equipamiento e instrumental médico que le envían de Estados Unidos y con el que ya ha beneficiado a más de 60 hospitales en Ecuador.
Lo hace en relación con alrededor de 600 clubes rotarios que hay en California.
Su esposa, Cecilia, es también argentina. Él de Devoto y ella de Belgrano.
Tienen 4 hijos, 2 argentinos y 2 ecuatorianos.
Luego nos fuimos a almorzar a su casa.
Tiene una colección de 150 árboles bonsái, que mantiene él mismo.
Los bonsai de Ricardo, con iguana visitante
Realmente es algo digno de ver. Alrededor de su pileta, cientos de pequeños árboles de todas las variedades imaginables.
Luego del almuerzo vinieron unos periodistas de “El Universo”, el diario más importante de Ecuador. Hicieron una nota y nos fuimos a lo de Pancho a tomarle fotos a Clementina.
Luego nos quedamos tomando un trago allí, pero antes de irse, Ricardo ya había conseguido otra nota en una radio y una conferencia en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.
Reparé un cortocircuito de la Clementina (que ya me tiene seco, con tantos problemas).
Desde la mañana me había aparecido un extraño e intenso dolor en la rodilla izquierda.
Cuando se hizo intolerable, tomé unos analgésicos y algo cedió. También hice mi tratamiento semanal con cloroquina, por si las moscas... o, mejor dicho, por si los mosquitos...
Al atardecer, Pancho –inagotable benefactor- me dijo que Marta, su esposa, nos “invitaba” a cenar afuera. Fuimos los cuatro (también vino Alex), a su Club de Tennis. Un lugar muy acogedor y elegante. La comida, obviamente, excelente, debidamente regada con un Malbec.
Volvimos, y a descansar.
Jueves, 4 de febrero
En la mañana, leí la nota publicada por “El Universo”. Buena nota, aunque me atribuyen la autoría del proyecto de Eduardo. Ese es el problema de la prensa escrita, cuando se equivocan, ya no hay camino de retorno.
Me pasó a buscar Ricardo Koenig y fuimos a una radio, “La 91”, a hacer una nota.
Cléber Vaca, el propietario de MAVESA, la concesionaria de Hino y Citroen, a quien había conocido en la Charla del Rotary La Puntilla, me había ofrecido hacerle un chequeo a
Clementina.
La llevamos con Ricardo. La dejé y me dijeron que la tendrían para última hora o para el día siguiente.
Luego pasamos por su oficina, donde le pedí al chofer de Ricardo que me llevara la ropa al lavadero. Para allá partió. Le di 20 dólares para que pagara.
Fuimos a almorzar a la casa de Ricardo y en la tarde, a la Universidad Católica.
Cuando Ricardo me pasó a buscar, me trajo la ropa, lavada, planchada y, hasta enfundada en bolsas plásticas y también los 20 dólares. En complicidad con su chofer y sus empleadas, las hizo lavar en su casa. Una banda de mentirosos, pero... ¡qué lindo es que a uno le mientan así!
Cuando Ricardo me trajo de vuelta, Pancho me esperaba para dar una vuelta.
Fue inútil que me resistiera, que le dijera que estaba cansado. ¡Gracias a Dios no se dejo convencer!
Me subió al auto y allá partimos.
Además de anfitrión de lujo, me demostró que era un cicerone de lujo.
Me llevó al Malecón del Salado, un agradable lugar, donde comimos unos mariscos.
Atravesamos un puente muy particular. Tiene columnas a un solo costado, con unas largas costillas que lo sostienen y un gran tubo de contrapeso del otro lado. Realmente,
un logro de la imaginación y de la ingeniería.
Fuimos luego al Malecón 2000 o paseo León Febres Cordero, que da al río Guayas, donde caminamos, pese a ser nosotros de los poquísimos visitantes a esa hora, sin
que nadie molestara.
No vi gente bebiendo. Todo muy limpio y ordenado. Todo controlado por cámaras aéreas. Seguridad. Tranquilidad. Paisaje cautivante.
Luego llegó el “plato fuerte”.
Caminamos hasta la calle de Las Peñas, cuyo verdadero nombre es Numa Pompilio Llona. Un lugar increíble.
Es un lugar “recuperado”. Hasta hace no muchos años era la zona más “roja” de Guayaquil.
La gestión de dos Alcaldes, León Febres Cordero (presidente del 84 al 88) y de su sucesor Nebot, logró, mediante estímulos, capacitación y restauración, transformarla en un lugar turístico, encantador, pleno de arte y cultura y, especialmente, con una seguridad al 100%.
Las casas han sido restauradas conservando en su totalidad sus características originales. Hay galerías de arte, confiterías, músicos ambulatorios, negocios artesanales.
Hay, en definitiva, todo cuanto se necesite para inundar el espíritu de regocijo.
No conforme con cuanto me había regalado, Pancho me llevó a Puerto Santa Ana.
Otro espacio recuperado. Paseos, jardines, confiterías. Todo, absolutamente todo, de buen gusto y usando elementos de la mejor calidad.
Nos bajamos otras cervecitas y retornamos.
Algo que llamó mi atención, fue la recuperación de 3 silos, que habían antiguamente en el puerto. Estos 3 silos (grandes cilindros de unos 30 metros de altura, han sido
remozados, se le han hecho lozas cada 3 metros y, uniéndolos entre sí, han logrado un edificio de lofts muy particular, de varios pisos, con características estéticas únicas y atractivas.
También, recuperaron la planta original de elaboración de cerveza Pilsener y la han transformado en un elegante edificio de oficinas.
El Guayaquil que me mostró Pancho, es un verdadero ejemplo de lo que pueden las buenas administraciones de gobierno.
Pensar que yo me había resistido, estúpidamente,
a un paseo que me resultó una experiencia enriquecedora.
Guayaquil, como todas las grandes ciudades, tiene inseguridad en ciertas zonas, pero en las otras, la seguridad es absoluta, total, sin fisuras.
Caminamos horas, en absoluta soledad, por lugares, algunos solitarios y oscuros, con la misma tranquilidad que, hace muchos años, se vivía en mi Mendoza.
Viernes, 5 de febrero
En la mañana, temprano, partimos a buscar a Clementina.
Mientras terminaban de hacerle algunos detalles y lavarla, aprovechamos para ver las instalaciones de MAVESA. Ver como ensamblaban camiones Hino, fue algo muy
interesante. Si bien la empresa es muy grande, tal vez unas 2 ha, el espacio destinado al ensamblaje de camiones, es razonablemente pequeño.
Es muy interesante ver con que profesionalidad y exactitud, van armando, casi como un rompecabezas, un camión cada 3 horas.
Tuvimos que esperar un rato a Clementina y, ese tiempo, fue suficiente para sentir como arrancaban un camión, que hacía unos momentos, era un montón de piezas diseminadas.
Volvimos. Cargué todas mis cosas. Tomamos unas fotos con Martha, dejé mis saludos para Alex, Marisabel y Javier, sus hijos, y, para el cuarto, a quien no conocí, Pancho, como su papá.
También me despedí de “Ofelia”, su encantadora perrita y dejé saludos para “Ofelio”, su cuidador nocturno y “novio” de Ofelia.
Hacia el mediodía, Pancho me guió hasta la salida de Guayaquil. En la ruta, nos dimos un sentido abrazo y, estoy seguro, ambos, en nuestro interior, nos prometimos que no
sería el último.
A algunos kilómetros de Guayaquil, antes de Barahoyo, estuve muy atento, por indicación de pancho. Tenía razón. Habían varios carteles anunciando un restaurante llamado "Dos Sin Sacar". Si bien su propietario, con esa cantidad, no va a entrar en el Libro de Records de Guinnes, al menos hay que reconocerle la originalidad del nombre.