MICHILA - LA SERENA
Seguimos hasta una ciudad llamada Michilla, antes de Antofagasta, adonde llegamos a la 1 de la mañana.
José durmió en su cama, en la cabina. Yo me fui a dormir a la Clementina.
Fue una experiencia poco agradable.
Subir a la Clementina fue una odisea, por lo estrecho del lugar.
Dentro de la Clementina, por alguna extraña razón, había un intenso –muy intenso- olor a gasolina.
Me fui a la parte posterior, donde está el dormitorio, al que se accede por un pasillo donde debo pasar de costado.
Luego, José cerró y trabó las puertas del camión.
Tomar conciencia que estaba encerrado, en la más absoluta de las oscuridades, dentro de un dormitorio de 2,20 x 1,80, con paredes por todos lados, dentro de la Clementina de la que no podía salir con facilidad y, a su vez, dentro de un camión totalmente cerrado, ¡POR FUERA!, fue empezar a conocer lo que se puede sentir metido vivo en un nicho de cementerio.
Además, el insoportable olor a gasolina no me dejaba dormir. Pensaba que, si por cualquier razón, saltaba una chispa, me achicharraría como Gardel, en el avión.
 
Jueves, 1 de abril
 
A las 6 y media, José arrancó y siguió camino, pero a mi me dejó allá atrás. El ruido intenso, el movimiento y la oscuridad, eran una mezcla incompatible con la tranquilidad.
A las 8 y media, en Antofagasta, José se detuvo a cargar gasoil y allí se dignó liberarme de mi encierro.
Seguimos un par de horas, hasta Aguas Verdes, donde desayunamos y continuamos hacia Chañaral, donde almorzamos.
Poco antes de llegar a Vallenar, como a las 6 de la tarde, un par de vehículos que estaban detenidos al costado de una gran hondonada, nos hicieron señas de detenernos.
Allá abajo, como a unos 10 o 12 metros de profundidad, se veía un automóvil volcado, con un par de personas, junto a él.
Le pedí a José que se detuviera y me bajé.
Cuando llegué junto al vehículo, la situación era patética. Una camioneta había saltado del camino, con varias personas en su interior.
Algunos ilesos, otros con heridas menores y una niña, pequeñita, sin signos vitales. Estaba muerta. Junto a ella, una mujer adulta con un severo traumatismo craneano y pérdida de masa encefálica. Me dí cuenta que poco se podía hacer por ella. No había con que inmovilizarla y, mucho menos trasladarla.
En ese momento, vi que llegaba una ambulancia. Les grité que bajaran camillas de traslado.
Ayudé a asegurar a la mujer en una camilla y colocarle una minerva para inmovilizar el cuello, pero con la seguridad que todo era inútil. La empezaron a subir.
Le inmovilicé el brazo con una férula, a otra mujer, que tenía una fractura de cúbito y radio y, ya llegó una segunda ambulancia, de manera que subí, porque ya no era útil allí. Había pasado casi una hora desde que llegamos.
Seguimos hasta La Serena, donde llegamos como a las 11 de la noche. Cenamos (José siempre con un cocodrilo en el bolsillo, como si los viáticos fueran parte del pacto leonino de traslado) y volvimos a acostarnos, como la noche anterior.
La diferencia fue que le pedí que dejara la caja del camión sin trabar, por razones de seguridad. Y la otra diferencia, fue que Clementina no tenía olor a gasolina. No se por qué.
Facebook botón-like
 
OTROS IDIOMAS
 
Translation
 
HASTA AHORA NOS HAN VISITADO 40330 visitantes (97307 clics a subpáginas) ¡MUCHAS GRACIAS!
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis