Alrededor de mediodía, partí para desde Chala hacia Nasca, adonde llegué como a las 4 de la tarde.

Lo primero que hice fue reponer combustible.

La chica que me atendió, Beatriz Suárez, fue muy amable y me indicó los lugares “obligados” a visitar:

Los Paredones, camino a Puquio; el boulevard de Nasca, La plaza de Vista Alegre y, obviamente, las líneas de Nasca.

Mientras charlábamos me dijo: “Espérame. Yo estoy saliendo ahora y te acompaño...”

Y así fue... Beatriz fue una excelente cicerone, con gran conocimiento del lugar donde vive.

Fuimos a la plaza de Vista Alegre.


 

Realmente, y lejos, la mejor plaza que haya visitado. Bien forestada. Luminosa. Con un piso de baldosones de marmolina, brillantes, impecables.


 

Cada espacio de la plaza está aprovechado para enseñar y atraer.

Hay un monumento a María Reiche, una mujer que dedicó su vida al estudio de las Líneas de Nasca.

Cuenta la historia que la primera figura que vio Maria Reiche fue “Las Manos”, que tiene la característica de tener 5 dedos en una y 4 en la otra. María había perdido un dedo de su mano derecha en un accidente en Arequipa e interpretó esto como un mensaje.

Terminó sus días en el hotel más importante de Nasca, donde la alojaron gratuitamente, en agradecimiento por su trabajo, hasta su fallecimiento.

Otra de las cosas que se pueden apreciar en la plaza de Vista Alegre, son unas maquetas a escala de los famosos acueductos, construidos por los incas.


Con una gran pasarela a su alrededor, frondosa vegetación y cuidadosamente mantenidos, es un lujo para el visitante.


 

Obviamente, están todas las Líneas, con sus correspondientes descripciones.

Desde allí fuimos a ver los Paredones Incas.

Son las ruinas (lo poco que queda) de una ciudad inca que vivió allí. No están bien conservados, ni presentan otra particularidad que lo que se observa en la foto. Importante valor histórico. Nada mas. Según comentó Beatriz, están condenados a desaparecer.

El boulevard (que no es un boulevard, sino una angosta calle) es agradable y presenta como particularidad que, a los costados, sobre la vereda, cada 30 o 40 metros, existen unos bancos con un lateral grande, de mármol, donde están caladas las Lineas.

Nada excepcional, pero agradable.

Le agradecí a Beatriz y la llevé hasta el centro, donde se quedó.

Al despedirnos, me recomendó que, de pasada, fuera a ver el Mirador de las Líneas, que se encuentra sobre la ruta.

Ofrecen sobrevuelos en avioneta que no son caros (50 dólares), pero solo hasta las 5 de la tarde, de manera que el Mirador era la alternativa disponible.

A algunos kilómetros se inicia la planicie donde están las Líneas. Estos extraños y muy bien diseñados dibujos, sólo pueden ser vistos desde el aire.

No se conoce como, ni con que motivo, se hicieron. Son una suerte de mensaje a visitantes foráneos. Los investigadores de fenómenos OVNI, los relacionan con sus temas. Las Líneas, según la guía, no reciben ningún tratamiento o restauración y se mantienen igual, pese a los vientos y las inclemencias del tiempo.

Desde el Mirador solo se aprecian dos figuras, que están a su pie.

Debo reconocer que es menos impactante el verlas, que el conocer su historia. Son delgados surcos, de unos 30 centímetros de ancho, que configuran fromas de unos 20 a 40 metros de ancho y largo. Cuesta creer que no reciban mantenimiento.

Lo que sí impacta, al menos al ocaso y con fuerte viento, es subir al Mirador.

Tiene una altura de unos 15 o 20 metros. La estructura parece endeble (aunque no lo es) y en la plataforma superior, bastante desprotegida (sólo 3 o 4 caños transversales), los vientos, que ya en la superficie eran fuertes, se hacen sentir intensamente. Tenía la sensación que, en cualquier momento, mis 95 kilos (sigo adelgazando), saldrían volando por los aires. Buena, pero estresante, experiencia.