COPIAPÓ
Viernes 18 DIC 09
 
La de anoche fue una larga noche. E incómoda.
Después de bajarme unos marisquitos en un restaurante cercano, con sólo un vaso de vino blanco -lo juro-. Me fui a apolillar.
Antes había preguntado a los comerciantes de los alrededores si el lugar era seguro como para quedarme. Todos coincidieron en que era segurísimo, que nunca pasaba nada.
¿Seguro? ¡Las tumbas etruscas, seguro! ¡De día, no pasaba nada!

"Dormitorio" de Clementina en Copiapó

Como a las 12 de la noche, empezaron a caer varios muchachos... típicos... con las camperas con sus capuchas puestas, algunos con elementos para limpiar vidrios (en Copiapó también hay limpiavidrios)...
Eran varios grupos que se pusieron en ambos boulevares (tenía uno al frente y otro a la derecha).
Bebían, se falopeaban, bailaban, gritaban, se peleaban...
Todo alrededor de la Clementina, que, grandota, llena de carteles y con chapa de Argentina, me hizo suponer que era un polo de atracción.
Obviamente, no podía salir, porque sería como miel a las moscas...
Me quedé... encendí algunas luces, para que vieran que estaba habitada y que gratis no sería, y esperé.
La verdad es que siguieron en lo suyo y no pasó nada, pero me dormí como a las 4 y todavía estoy haciéndome masajes en la garganta para lograr que todos mis órganos desciendan a su domicilio habitual.
Me desperté tarde, tipo 9, desayuné, me vestí y salí a hacer un par de llamados. Cuando regresé, estaba sentado al volante, contestando un par de e-mails en el telefonito de m....,cuando escucho... “¿Cómo está, amigo?”.
No podía creerlo. Allí, parados junto a la ventanilla, estaban Arit y Juan, su amigo (recuerden que eran quienes me ayudaron a llegar a Vallenar).

Reencuentro Arit
 

Reencuentro con Juan

Grandes abrazos, como si fuéramos amigos de toda la vida. Me contaron que habían visto la Clementina estacionada, el día anterior en la noche y que volvieron al terminar de trabajar en la mañana, por si yo seguía allí.
Nos fuimos en la Kia de Arit a recorrer la ciudad. Este joven, de 28 años, con un hijo que se llama Samid, es el mejor cicerone de Copiapó.
Me llevó a recorrer todos los puntos de interés.
La plaza central que tiene una fuente totalmente de piezas de mármol, que fue tallada en Inglaterra y traída por partes, para armarla allí.

 

La fuente de mármol británico

Me llevó a la Catedral, a una feria de artesanías, me regaló un llavero para la Cleme, conocí la primera estación de trenes de Chile.
El primer tren, obviamente a vapor, que corrió en Chile, fue en 1850. Obra de un norteamericano de apellido Weelright (estaba signado).

Primer tren de América Latina. Copiapó-Caldera

Todavía conservan la máquina y 4 vagones. Los vagones de pasajeros no eran muy cómodos, pero hay que considerar que sólo iba de Copiapó, zona minera, hasta Puerto Caldera, a sólo 70 kilómetros de allí.

Vagones de pasajeros VIP

Chile, en esos tiempos, llegaba hasta allí o un poco más al norte.
Antofagasta, por ejemplo, pertenecía a Bolivia y, desde Iquique, a Perú.
Después vino la Guerra del Pacífico y el resto es historia conocida.
También visité la Universidad de Atacama, donde, hace 10 días, debería haber dado una conferencia, que se canceló por mi imposibilidad de llegar a tiempo.

Visita a la Universidad de Atacama

También conocí los "marai", una suerte de molinos de piedra que se utilizaban en las minas para separar la roca del oro, mientras se lo "separaba" por medio de agua.


Marai, molino para separar el oro

Al despedirnos, casi a las 6 de la tarde, Amit me preguntó por la famosa bomba.
Le conté que estaba un poco ruidosa.
Clementina aprovechó para quejarse: “Me duele la bomba…”
Obviamente, no entré en discusiones: “¡Callate! Lo que pasa es que sos una ninfómana… siempre con un hombre debajo…”
Arit propuso que lo acompañara a ver un amigo suyo, mecánico. No pude negarme.
Terminamos en Don Lucho (Luis Bustos Contreras) que, como apreciarán en las fotos, no se había capacitado en Maranello, ni en la Mercedes Benz.


SERBISIO TENICO RENÓ en Copiapó

Don Lucho, gordo, cordial y sabio en mecánica

Sin embargo, decidió quitarle la bomba original Renault, ponerle una pieza metálica que hizo en un ratito, con una buena junta y me dejó sólo con la bomba eléctrica.
Es un riesgo, pero no me importa mucho abandonar a los franceses. En realidad, ellos me abandonaron antes, cuando les toqué el timbre en Buenos Aires.
Sospecho que la reticencia en darme apoyo, es porque no pueden darlo. Renault, en Chile, parece carecer de servicios técnicos y repuestos adecuados.
Desde el punto de vista de las bombas, dejé a los franceses, pero ahora estoy en manos de los coreanos. Siempre rehén... siempre rehén...
En lo de Don Lucho, cargué a su ayudante, Geraldo González, y partimos a Puerto Caldera.
Si bien fueron 70 km, ya quería salir de Copiapó y no pasar otra noche “agitada”.
Y aquí estoy, en Caldera, estacionado frente a los Carabineros.
Ahora como algo, me baño y al sobre, que mañana quiero decolar y tratar de llegar hasta Taltal, así paso el desierto el domingo.
 
Sábado, 19 de diciembre, 2009
 
Diana temprano. 6 y media que, para un civil como yo es tempranísimo.
Desayuno. Revisión de la Clementina y listo para salir.
Estaba nublado y fresquito. ¡Ideal!

Puerto Caldera. Barcos pescadores. Día nublado

Antes de partir, Clementina me dice: “¡Tengo sed!”
Me indigné: “¿Sed? ¿Cómo sed? Si te llené el tanque hacen 3 días... ¿Qué sos, diabética?...Bueno, vamos a buscarte agua.”
Fui, como el sentido común lo indica, a los bomberos. Pero allí no habían Marcelitas... salió un bombero feo, muy feo, de bigotes y me dijo: “Sí, te doy agua, pero te va a costar unos pesos...”
No acepté. No se si por un asunto de principios o por ahorrarme la coima.
Di la vuelta, había un estación de servicios y allí cargue.
Pianté de Caldera y puse rumbo a Chañaral.
A poco de salir, Clementina me dijo: “Me parece que me están dando ganas de desagotar....”
“¡Joder! ¿También eso? –le dije- Bueno, aguantate un rato... cuando estemos en el descampadado... Acá no se puede...”
(Debo reconocer que la relación con Clementina no es la del principio. No es mala, pero no pone voluntad...)
Antes de llegar a Chañaral, la estacioné para que satisficiera sus necesidades fisiológicas.


Clementina, satisfaciendo sus necesidades fisiológicas

Le cambió la cara. Desde allí fue un violín.
Algo interesante. A lo largo de todo el camino, como en todas las rutas del mundo, se ven lugares demarcados para recordar algún accidente fatal.
Sin embargo, aquí he visto cientos de "minimausoleos" con una característica extraña: en ninguno falta la bandera chilena.

En Chañaral entre a comprar algunos víveres.


Patricia y Florencia

Dos agradables chañarinas, Patricia y su pequeña hija Florencia, me llevaron hasta el único supermercado que hay.
Bueno, lo de “super” corre por cuenta de Don Zamora, el dueño.


De nuevo a la ruta y hacia norte.
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