Seguí a Iquique. Llegué al mediodía y me estacioné en el Mall Las Américas.

Le llamé a Pedro Urdanivia, que me lo habían referido Roberto Denegri y Eduardo Peralta, de Arica.

Pedro me pasó a buscar y tomamos algo allí mismo.

Me invitó a disertar en una reunión de amigos que harían esa noche en una alejada playa (playa Forkest, a 30 km), para conmemorar el equinoccio de otoño.

Me acompañó a dejar a Clementina en el estacionamiento donde había estado a la ida.

De allí fuimos a su casa, donde conocí a su esposa. Luego, nos encontramos con Héctor “Teo” Rojas, director de la Escuela de Periodismo.

Con Teo quedamos de ver a sus mecánicos a la mañana siguiente.

Luego, me pasó a buscar, un médico traumatólogo, David Angulo, quien me llevó hasta la reunión.

Fue una experiencia irrepetible. En plena noche. En esa alejada playa. Con una inmensa fogata y una brillante exposición con proyección de Power Point e instalación de sonido, donde se leyó un trabajo sobre la significación del equinoccio de otoño.

Luego pasamos a una confortable cabaña, donde tuvimos una copiosa cena, muy bien regada, y donde, a los postres, expuse sobre los objetivos de la travesía.

Tarde. Muy tarde, me llevaron de vuelta a la Clementina.

 

A las 9 me pasó a buscar Teo. Fuimos a uno de sus mecánicos y no podía hacer el trabajo hasta mañana a la tarde.

Fuimos a otro, de nombre Leo, que aceptó ver a la Clementina a las 4 de la tarde.

Recorrimos medio Iquique buscando donde comprar “Metal Seal”, el sellador que le pondríamos a Clementina. Lo conseguimos.

Me dejó en la Clementina y, como, casualmente, vive en las mismas torres donde estoy estacionado, se comprometió a bajar antes de las 4 para llevarme al mecánico. Fue la última vez que lo vi.

En la tarde, a la 4, cuando vi que Teo era medio fallutito, me largué solo a buscar el taller.

A los 10 minutos estaba más perdido que “turco en la neblina”. No tengo idea por qué debería perderse un turco en la neblina, pero así es el dicho.

Justo, cuando no sabía que hacer, apareció el Chapulín Colorado.

¿Se acuerdan de Mario Vargas, aquel joven de 25 años, con quien, a la ida, me había cruzado a la salida de la entrevista en La Estrella de Iquique?

Bueno, me sonó el teléfono. Era él. En 5 minutos estaba buscándome para llevarme hasta el mecánico.

Llegamos a lo de Leo, como a las 5. Todavía estaba.

Le pusimos el Metal Seal. Reapretó la tapa de cilindros y le cambió el cable del acelerador que se cortó justo cuando iba saliendo.

Allí conocí a otro grande: Marco Fasciani.

Marco es el dueño del taller de Leo, de una casa de repuestos que hay al frente y de un minimarket que hay en el otro costado.

Un “laburante” de aquellos. También puro corazón.

En un momento, sintió un comentario que hicimos sobre que no habíamos almorzado y eran las 6 de la tarde.

En 5 minutos, apareció con una pizzeta y una bebida.

Mario, santo varón, no se movió de mi lado en toda la tarde.

Al partir, lo veo dejar un paquete en la Clementina.

Cuando le consulté, me dijo: “Son unos dulces regionales y una botella de Néctar Watts que te manda Marco. Dijo que si intentaba dártelo a ti, no querrías recibirlo. Me pidió que te los diera después”.

Hasta eso, don Marco... suma a su solidaridad, el anonimato y la humildad... como dije ¡un grande!

Cuando terminamos, llevamos la Clementina y en su auto, fuimos hasta la Zona Franca de Iquique(Zofri).

Compré unas camisas, cenamos y luego me llevó a descansar.

 

 

Como a las 10 de la mañana, me fui al Mall a trabajar en la computadora. Almorcé allí y trabajé hasta las 6 de la tarde.

Luego me volví.

Mario vino luego y fuimos a tomar algo a “La Ciocolata” y a caminar.

Quedamos que mañana iríamos a la Zofri, a ver el costo de un motor nuevo para la Clementina.

 

 

Mario me pasó a buscar temprano. Partimos a la Zofri.

El área destinado a automotores es una verdadera ciudad anexa.

Son galpones y galpones, llenos de vehículos, motores o repuestos.

Hay autos y motores usados para todos los gustos.

Una característica: todos los autos tienen volante a la derecha. Absolutamente, todos.

Según me explicaron, son importados de Japón y esa es la razón.

Pero, paralelamente, hay talleres donde le invierten el volante, por sólo us$ 600 y queda perfecto. No se puede apreciar el arreglo. Tablero, dirección, pedales... se invierten y quedan como de fábrica.

Ejemplo de algunos valores: una Van Misubishi Delica, para 8 pasajeros, 4x4, full full (inclusive GPS y TV), 59.000 km, del año 1999, con “olor a nuevo”: $ 1.800.000, que, a razón de $532 por dólar, significan unos us$ 3.400, a los que hay que sumarle los us$ 600 de cambio de volante y $ 200 de papeles de transferencia. Total terminado: us$ 4.200. ¡una bicoca!

Un motor HDI, 2500 cc, diesel, con caja, modelo 2002, funcionando y probado: us$ 700.

El auto de Mario: un Subaru Station Wagon, 4x4, modelo 1998, full full, im-pe-ca-ble, us$ 1.680.

Descartamos la posibilidad de cambiarle el motor a Clementina, pues llevaría tiempo y una operación no sencilla.

Volvimos a la Zofri comercial a almorzar.

Fuimos a ver a un camionero a Alto Hospicio, de la empresa Marbáez. Nos atendió el hermano del dueño, Alex Báez.

Pacté el viaje, para el día siguiente a las 4 de las tarde.

Me costaría menos que lo que hubiera gastado, sólo en gasolina (unos us$ 300). Sin pensar en cambios de aceite y filtro y posibles desperfectos. Desde Iquique son unos 1.800 km

Luego Mario me “tiró” en la Clementina.

Descansé un rato y, cuando decidí ir al Super a hacer unas compras, descubrí que no tenía embrague... ¡nada de embrague!

Inmediatamente me dí cuenta que era una reacción de ella, por la discusión que habíamos tenido hace unos días.

No di mi brazo a torcer. No le pedí, ni le recriminé nada.

Mantuve un estoico silencio.

Le comenté el tema a Mario y quedé de ir a verlo a Leo, a la mañana siguiente.

Sin posibilidades de moverme, me quedé a ver TV y a descansar.

 

 

Temprano partí para el mecánico Leo, en un taxi.

Cuando llegué, me recibió don Marco Fasciani. Triste noticia: Leo juega al fútbol los lunes a la noche, por lo que los martes a la mañana, suele no venir a trabajar.

Pero volvió a aparecer su cardiomegalia (corazón grande). Tomó su teléfono y llamó y llamó, hasta conseguir un mecánico.

Llegó al rato un señor, demasiado elegante para mi gusto. Serio. Agradable.

Cargó algunas herramientas, un auxiliar y allí partimos , con Marco llevándonos en su auto.

Miró la camioneta y diagnosticó que era el bombín.

No sin esfuerzo, lo desarmó y le sacó la goma interior. Allí se fueron todos a buscar una nueva.

En el ínterin apareció Mario para interesarse sobre el avance de los arreglos. Evidentemente, Mario me había adoptado como hijo y no me soltaba la mano ni para cruzar la calle.

Demoraron dos horas y, al regresar, las malas eran que no habían encontrado la goma y las buenas eran que traían un reemplazo, bastante similar.

Armaron el bombín... tatán... tatán... ¡No funcionó!... Todo seguía igual.

Descubrieron una pérdida en un cañito de cobre. A trabajar en ese tema...

Luego de una hora más... ¡el tema se solucionó!

Ya eran casi las 4 de la tarde. En un rato más, debería embarcar a Clementina en el camión de don Alex Báez.

A las 5, no habían aparecido. Les llamé y me pidieron que siguiera esperando.

Así, cada hora, me fueron “pateando” hasta la noche.

Al atardecer, partí a estacionarme en la Copec cercana. Allí cargué agua y don José, un sureño macanudo, me permitió pernoctar frente al market, donde tenía Internet.

Me conecté con Gonzalo, vía Skype. Gran emoción ver a mi hijo, después de un tiempo largo.

Al anochecer, Mario llegó y me llevó a cambiar unos dólares a la Zofri. Al regresar, cenamos en la misma Copec.

Me estoy acostando con la duda sobre seguir esperando o partir con la Clementina.

 

 

Durante toda la mañana, los del transporte Marbaez me estuvieron “pedaleando”.

Me cansé. Les dije que eran muy irresponsables y nada recomendables y partí como estaba.

Me despedí de Mario, por teléfono y salí a la ruta.