ICA
Puse proa a Ica, donde me habían asegurado que luego del terremoto, se había transformado en una ciudad muy insegura para quienes no la conocen. Obviamente, estaba llegando de noche, por lo que opté en parar en un pueblito anterior, Los Aquijes.

Busqué la comisaría. Me autorizaron a estacionar en la puerta. Un policía se ofreció a ayudarme a estacionar de culata, como me pidieron que lo hiciera.
No se dio cuenta y uno de los bordes de la vereda terminó descogotando el desagote de Clementina. Otro problema. Pero lo resolveré mañana. Ahora, ducha y al sobre.
 
Miércoles 6
Temprano, desayuné y salí de Los Aquijes.
Al entrar a Ica, luego de un largo camino recto, se llega a un boulevard, donde la alternativa es doblar a la derecha o a la izquierda. No había a quien preguntarle.
Doble a la derecha, simplemente por intuición.
Las Leyes de Murphy se cumplen inexorablemente.
Le escapé. Hacia la derecha es la zona peligrosa.
Me detuve a unas cuadras y pregunté donde había un mecánico (el depósito descogotado era prioridad y los frenos, eran una signatura pendiente).
En un momento, me estacioné (con ambas ventanillas bajas... craso error) y fui a atrás a tomar un medicamento.
Cuando volví, habían dos tipos, uno en cada ventanilla.
El de la izquierda, metió una mano y revolvió unos folletos que había sobre el torpedo.
“¿Que tienes aquí?” –preguntó
“Nada... los anteojos... ¿qué quieres?” –contesté, mientras entendía que estaba hasta las manos...
“Mira... a nosotros no nos gusta robar... preferimos pedir... ¿A ti NO TE GUSTARIA que te roben, ¿NO?” –me dijo, en una amenaza clara.
“¿Qué quieres?” – dije, tratando de ocultar el miedo que tenía.
“Dame 3 caramelos” – contestó.
“¿3 caramelos? No te entiendo... mira, todo lo que tengo son estos 5 soles... si los quieres, tómalos...”
El tipo tomó los 5 soles... me miró... le hizo una seña al otro y se fueron...
Puse en marcha a Clementina y me volví, rápidamente.
A las 4 cuadras, vi un taller, sobre la otra vereda.
Estacioné. Cerré todo bien. Puse llaves, alarma, todo.
Bajé, crucé y entré al taller.
Menos de un minuto después, entró un hombre a los gritos...
“Señor... señor... ¡le están robando el carro!”
Salí corriendo y no vi nada. Al principio, pensé que era un engaño.
Me crucé y, ahí si, vi a un tipo metiendo la mano por una de las ventanillas.
Manotee la Victorinox, que es lo único que tengo para defenderme y, en dos saltos, lo estaba agarrando de un brazo.
“¿Que te pasa, h... de p...? ¿Qué estas robando acá...?” –le grité.
El mecánico y otro hombre, se estaban acercando...
“Nada... nada... estaba abierta... no hice nada...” – se zafó de mi y se fue... pero no disparando... simplemente caminando... con total impunidad.
Miré por la ventanilla (que da sobre la mesada de la cocina) y pensé que no había robado nada.
En realidad, después constaté que me faltaba un cuchillo y un spray de Raid, contra los mosquitos. Como contrapartida, quedó tirado un sobrero de lona, tipo explorador que conservo como recuerdo del mal rato.
Nos quedamos hablando con Jorge (que no era mecánico, sino pintor). Me explicó que la zona no era buena... que el vehículo era demasiado llamativo...
Decidimos mirar el depósito allí mismo, sobre la calle.
Nos tiramos bajo el auto, en la parte posterior, sobre el lado de la calle.
Unos momentos después, escuche una conversación, diría que acalorada, sobre el lado opuesto, en la vereda.
Me levanté y fui a ver que pasaba.
Había dos vecinos, de cierta edad, parados junto a la Clementina.
“Esos dos... esos dos que van allá... estaban tratando de abrirle la puerta... los echamos...” –dijeron, ambos excitados.
Dos tipos, como a unos 50 metros, se alejaban por la vereda.
Decidimos entrar a Clementina al taller, que estaba en una hondonada, muy por debajo del nivel de la calle.

Clementina no arrancó. La empujaron entre todos y pude meterla.
Jorge, el pintor, enmasilló el desagote. Esperamos que se secara. Quedó bien.

Jorge, bajo Clementina

Un nuevo empujón y en marcha.
A buscar a un reparador de arranques, porque batería tenía.
Así llegué hasta Francisco.

Francisco, bajo Clementina... y van...

Desarmó y reparó el arranque. Quedó bien.

Vean que populares son las mototaxis en Ica. En realidad, en todo Perú. Son vehículos con motor de 125 a 200 cc. Con capacidad para 3 pasajeros, que a veces son 4. Además, algunos, tienen un asiento sobre cada rueda trasera, que les permite llevar 2 pasajeros más, a caballo, sobre cada rueda. Es increíble que eso lo hagan con un motorcito tan pequeño.


Son de muy bajo consumo. Valen alrededor de 3 mil dólares. Tienen marcha atrás. Andan tanto como un taxi y algunas ruedan hasta 5 años, antes de requerir hacerles el motor. El costo del pasaje es entre 1,5 y 2 soles (0,50 a 0,75 de dolar).
 
Bueno, dadas las experiencias vividas, salí de Ica, tan rápido como pude, en dirección a Lima.
Todas las personas con las que había hablado, me decían que Lima era muy peligrosa.
“Lima no es para ir solo... es para ir entre varios... están las pirañas... lleve las lunetas cerradas...”, me decía Lucho, un gomero con el que charlé...
Las “pirañas” son grupos de jóvenes que asaltan peatones, especialmente turistas. Son 10 o 15, casi niños, que se lanzan a una señal y uno termina, prácticamente, en calzoncillos... hasta la ropa le roban... No matan... solo roban y huyen...
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