SANTO DOMINGO - QUITO

El camino hacia Santo Domingo es bueno, pero con algunas cuestas importantes.
Los últimos 20 kilómetros son un infierno. A partir de un pueblito llamado “23” o "Sol de América", el camino se hace intransitable hasta para el más duro de los Hammers estadounidenses. No podía conducir a más de 10 o 15 km por hora.
Llegué a Santo Domingo con una lluvia torrencial.
Allí me esperaba Jorge Cherres, un farmacéutico rotario que, además, es funcionario de la Prefectura.
Había organizado una charla con los responsables de Salud, Medio Ambiente, Desarrollo Social, etc. No mas de 6 funcionarios.
Tuvimos una reunión interesante y luego fuimos a cenar.
 
Me estacioné frente a la policía y dormí toda la noche con la lluvia tormentosa, de fondo.
 
Sabado, 6 de febrero
En la mañana, me levanté a las 5. Traté de partir muy temprano, pues pasar la cordillera no es moco ‘e pavo.
Cuando decido chequear a Clementina, descubro que ambas puertas están trabadas y no tenía forma de abrirlas por dentro. ¡Catástrofe!
Ni siquiera podía cargar combustible, pues la tela mosquitera y las rejas, no dejan resquicio.
Por si eso fuera poco, la lluvia había entrado por el caño de aireación del calefón y había inundado el interior. Se acuerdan de aquella vieja publicidad: “Afuera llovía... adentro también llovía...”. Bueno, esa era mi realidad... hasta la cama mojada...
Por si eso fuera poco, volvió a producirse el cortocircuito de la bomba.
¡De nuevo, sin agua!
Esperé hasta las 8 y le llamé a Jorge Cherres. Vino, le pasé las llaves por un huequito
para que me abriera. Me despedí y partí.
La ruta es increíble. Montañas verdes, totalmente cubiertas de una vegetación espesa.
Caídas de agua bellísimas, hasta de 30 metros de caída libre. Un verdadero espectáculo que no pude disfrutar en su totalidad.
El viaje fue tortuoso. Llovía con ganas. A 1600 ms hubo una zona de “Camanchaca” que no permitía ver casi nada. Gracias a Dios, solo fueron 3 o 4 km. Las cuestas eran de no creer y Clementina, jadeaba.
“Mirá... estoy agitada y vos, cómodamente sentado, ahí arriba...” –me dijo.
“Y que querés... ¿qué me baje a empujarte?... ¿quién maneja, entonces?”, le contesté.
“Bueno, dale... pero despacito y en primera... sino, no sigo...”
Establecidas, mutuamente, las reglas de conducción, subí despacio y sin forzarla, pero la debilidad de su motor, que ya la venía notando desde que salí de Guayaquil, se incrementaba a medida que ganábamos en altura.
Le saqué el filtro de aire y algo mejoró. Pero no mucho.
Lo grave pasó cuando llegué a unos 25 km antes de llegar a Haloag, última ciudad antes de Quito.
Fórmense una idea: plena montaña, unos 3200 ms de altura, poco tránsito y, sin evidencias de vida a la vista.
Cambio de marcha y ¡zas!, la palanca de cambios que se descogota, justo a la salida de la caja. Me quedé con la palanca en la mano y en el aire.

¡Joder!... ¡fea situación!

Acababa de pasar un punto donde habían unos obreros dinamitando la montaña.
Despacito... muy despacito... en punto muerto, a retroceder, los 400 ms de curvas que nos separaban.
Llegué con las amígdalas de corbata... pero llegué...
Allí, dos jóvenes, me proveyeron un largo fierro nervado del 12, unos alambres y unos dos ms de mecha para dinamita, que es muy fuerte y no se corta.

Los amigos en la ruta

No sin algún esfuerzo, logré unir el fierro al muñón y, con eso, volver a poner primera.

La nueva "palanca"

Arranqué y seguí así hasta Haloag.
Encontré un taller. Desarmamos la salida de la caja.


Los soldadores de Haloag

Soldamos y nuevamente proa a Quito.
La entrada fue un suplicio. Era de noche. Una neblina (la vieja Camanchaca, se acuerdan), que no permitía ver a 20 metros, una ciudad desconocida y Clementina que se negaba a tirar decentemente.
Me paré y traté de llamarle a Leonardo Galarza, a quien me había referido el increíble Ricardo Koenig. Nunca contestó.
La alternativa B, era Juan Prinz. Este contestó y me esperó en una gasolinera cercana a su casa.
Me guió hasta un puesto de policía, del Quito Tennis Club, al que se llega por una cuesta considerable. Llegué con lo justo. Allí me dejó.

Hasta aquí llegamos
Me establecí y, ya más tranquilo, le llamé a Santiago Mora, un joven ingeniero, que me había sido referido por Rodolfo Vela, el amigo abogado de Lima, ¿recuerdan?...
Santiago, no contestó. Le dejé un mensaje.
A los15 minutos, recibí un llamado de Iván Gavilanes, un amigo de Santiago que, por su indicación, se ponía a mis órdenes.

Santiago Mora e Iván Gavilanes. ¡Linda gente!
Pese a mi resistencia, pues no quería molestarle, me pasó a buscar y fuimos a comer algo juntos.
Una exquisitez de persona. De modales muy pulidos y una elegancia destacada,
pasamos con Iván un par de horas muy interesantes. Me insistió en que fuera a quedarme a su casa, pero logré resistirme.
 
Domingo, 7 de febrero
 
En la mañana temprano me llamó Santiago Mora y me pasó a buscar para desayunar.
Luego se nos unió Iván.
Juntos fuimos a buscar una agenda que había olvidado la tarde anterior en una gasolinera.
Desde allí me llevaron a ver unos vuelos en parapente.
 
Parapente en pleno Quito

Por último, vimos unos monumentos que había iluminado, con energía fotovoltaica, la empresa de Iván.
Interesante experiencia ésta, digna de ser copiada: la fuente son placas solares, la iluminación es LED y se automatiza con sensores de luz. ¡Todo con gasto de consumo CERO!
Luego me dejaron, no sin antes quedar en que, a la mañana siguiente, trataríamos de buscar algún mecánico que chequeara el bajo rendimiento de Clementina.
 
En la tarde fui a un Centro Comercial cercano, El Bosque, a comprar víveres y luego me puse a trabajar, hasta la noche.
 
Lunes, 8 de febrero
En la mañana, llegó Santiago con un mecánico amigo, Walter.
 
Walter me llevó a su taller, donde le “tocó el punto” y “descubrió” que tenía algún problemita eléctrico vinculado al electro-ventilador.

Clementina en el taller de Walter

Llamó a Rubén, un electricista, que me llevó a su “taller”.
Un desastre, Don Rubén.

Don Rubén Rompemotores

Desarmó el motorcito. Luego no sabía como armarlo. Terminó partiendo uno de los imanes. Puso mucha voluntad. Poco conocimiento. Nada de voluntad. Lo único bueno que hizo fue detectar donde estaba el corto de la bomba. Ya tengo agua de nuevo.
Entre pitos y flautas, volví con gran esfuerzo a mi punto de partida, con Clementina tal como partió, sin fuerzas y, además, con un electro-ventilador menos.
En la noche, Iván y Santiago, me invitaron a dar una charla en un centro de estudios al que concurren.
Allí fui. Conocí a las autoridades del centro y quedamos en postergar la charla para el jueves, de manera de organizarla mejor.
Luego Iván me llevó a visitar la parte del Quito Histórico. Vino, también, su hermano médico.


Con Iván en el Quito Histórico

Ver, después de 25 años, nuevamente la ciudad de Quito, fue una experiencia interesante.
El Quito que había conocido en aquella época, era una ciudad con toda su carga histórica, pero descuidada.

Callecita céntrica de Quito. ¡Bella!
Hoy, el Quito Histórico, es una zona elegante, cuidada, restaurada, ordenada.
Da gusto visitarla.
Me llevaron a la Calle de la Ronda. No se puede creer lo que allí se vive.
Tal como la Calle de las Peñas, en Guayaquil, todo es arte, historia, música, belleza.


"Taita Pendejadas" existió y es un personaje
Este bar se llama así en homenaje a un hombre que, en ese lugar, tenía una compra-venta de "pendejadas" y al que llamaban el "Taita Pendejadas".

Fuimos a un Centro Cultural escondido en un corazón de manzana.
Se ingresa por una pequeña puertita que da a un zaguán que, sorprendentemente, conduce a un centro de manzana, moderno lugar rodeado de jardines y con un gran anfiteatro.
Nos sentamos a comer en el interior del restaurante, rodeado de cuadros de Guayasamín y otros autores ecuatorianos. Empanadas típicas, una fritada de cerdo, canelazos de naranjilla, un show de música agradable, rodeados de arte y amigos.
Momento inolvidable.
 
 
Martes, 9 de febrero
 
Llamó Juan Prinz. Quedó de pasarme a buscar al mediodía. 
Volvió a llamar a las 4 de la tarde y me ofreció darme la dirección de su mecánico.
No conociendo Quito y teniendo a Clementina inmovilizada, sonaba casi a broma su ofrecimiento, que decliné, con gentileza.
Don Juan Prinz es un hombre perfectamente prescindible. Fue inútil de inutilidad absoluta.
Lo siento por Ricardo Koenig, espectacular amigo, que pensó que Juan lo dejaría bien.
Solo salí para ir a comprar más víveres al mall El Bosque.
En el mall vi un negocio cuyo nombre me llamó la atención.


¿Casualidad o causalidad?

Por lo demás, fue un día perdido. 
 
 
Miércoles 10
En la mañana me llamó Charo Pérez, una amiga que me había referido Roberto Polizzi, uno de mis compañeros de la Novena Camada.


Charo Pérez, la amiga de Roberto

Me invitó a almorzar y me pasó a buscar a la 1 y media.
Una mujer interesante y cordial.
Fuimos a un restaurante muy elegante de comidas típicas, La Ronda.
Obviamente, pues parece ser la comida más típica, me indicó comer una fritada de cerdo.
Lo mejor fue el postre, unos exquisitos higos de Smirna, con un arrope de uvas y quesillo fresco.
Charo me hizo una síntesis (no tan síntesis) de su complicadísima vida, durante el par de horas que estuvimos juntos. Trataré de recordar los detalles por si alguna vez se me ocurre escribir una telenovela.
Fue todo lo que hice en todo el día.
Luego trabajo administrativo, orden interno y, ahora, higiene y sobre.
 
 
Jueves, 11 de febrero
 
Mañana plena de comunicaciones.
Intercambié mails con YPF, para ver el estado de su subsidio, que aún no se efectiviza.
Chatee con Ramiro, con Francis Dikmans, con mi sobrino Pancho.
En la tarde, con Virginia, “flaca de fierro” que me cuida las espaldas y mantiene en orden la retaguardia.
A las 5 y media me pasó a buscar Santiago, para dar la postergada charla en su centro de estudios. Fuimos. Un grupo interesante en número y calidad.
A la salida me trajo Iván, previo paso por su casa a tomarnos un buen cognac.
Hoy, la situación es la siguiente: Clementina no puede moverse. Tengo las baterías casi agotadas. Estoy casi sin agua y sin nafta.Los tanques de la cocina y el baño están casi llenos. Peor, imposible... salvo que, además, Boquita pierda el domingo.
 
 
 
Viernes, 12 de febrero
 
En la mañana, llegó Santiago y, con él, fuimos a buscar a otro mecánico. 
Un jovencito que me inspiraba poca confianza.


Santiago, el grande, y su "nuevo" mecánico

Le midió la compresión. Primer cilindro: 135, segundo cilindro: 110, tercer cilindro: 45... ¡sonamos!
Me dijo que esa era la causa por la que Clementina no tiraba... estaba al 75% de su capacidad.
Le quitamos el electro-ventilador que no funcionaba, para que refrigerara mejor.
Sin embargo, la avanzó un poco y Clementina volvió a tirar, tal vez no como cuando salí, pero razonablemente bien.
Le agregamos un Bardahl No Smoke, por si las moscas y partí hacia Ibarra, con el teléfono de otro Iván, Iván Ponce, que me dio Santiago.
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