TOCOPILLA
Llegué a las 8 de la tarde. Algunos vecinos me inquietaron sobre la inseguridad. Casi me invitaban a irme. Paré a 2 carabineros en moto. Los consulté. Se ofrecieron a darme alojamiento en su cuartel y me guiaron hasta él.
Lo gracioso es que el cuartel está en un corazón de manzana, ¡en el medio de un barrio marginal!
Me recomendaron no salir después del atardecer, por lo que, desde que llegué estoy muy seguro, eso sí, pero encerrado con la Clementina dentro del cuartel.
Aprovecharé para hacer orden interno y veremos si mañana, de día, puedo salir.
Será hasta mañana.
 
Jueves, 24 de diciembre, 2009
 
Dormí como sólo duermen los que tienen la conciencia tranquila.
Sonó el despertador. Lo apagué, me di vuelta para el otro lado y le seguí pegando hasta las 9.
Me levanté. Tomé medio desayuno. Solo para eso me alcanzó la leche y no es el barrio ideal como para ir a reponerla al boliche de la vuelta.
Ordené cosas y, cuando estaba a punto de empezar a los cabezazos en el baño, se arrimó un hada madrina, al menos así lo vi yo (el suboficial mayor Carlos López Cofré) y me dijo: “Buen día, doctor, no le gustaría tomarse un tecito con nosotros o, si prefiere, darse una ducha, también puede hacerlo...”
Según la definición de mi viejo profesor y extrañado amigo, el doctor Juan Itoiz, el “microsegundo es la fracción de tiempo que va desde que el semáforo se pone en verde hasta que el hijo de p..., que está atrás, toca la bocina”.
Eso fue lo que demoré en aceptar la ducha, un microsegundo.



Patio del cuartel de Carabineros

 
Toallón y bártulos de higiene en mano, me fui como tiro a los baños.
Son baños de cuartel, por lo que me recordaron a los de mi viejo y querido Liceo Militar General Espejo.
Obviamente, el baño era con agua fría. Pero la impresión es al principio, nomás. Después que uno se queda 30 segundos sin respiración, todo pasa y, casi, diría que es más lindo (al menos, en verano) que el agua caliente.
Eso de poder bañarse sin pegarse cabezazos o codazos contra la pared y con una ducha real y no la ducha-teléfono que se me cae al suelo con cada golpe en la cabeza, fue casi un regalo de Navidad. Me quedé como media hora disfrutando.
Al salir, Don Carlos, quiso presentarme al Capitán, jefe del cuartel. Un muchacho joven y agradable. Sonreía. Cosa rara en los carabineros que, para sacarles una sonrisa, hace falta un tirabuzón. Pero son muy profesionales, serviciales y respetados.



Cleme en el cuartel


De vuelta a la Clementina. Hasta las 3 de la tarde, estuve contestando mails y chateando con mi hija Mariana.
Hice de tripas, corazón, y pedí permiso para salir. Me dijeron que me cuidara y me dieron indicaciones para llegar al centro. Necesitaba hacer andar a Clementina para que cargara las baterías. La alarma del convertidor me volvía loco.
Partí. Fui al centro. ¿Centro? Bueno, llamémoslo así.
Tocopilla va a contramano de Chile. Una ciudad sucia, desordenada. Si aquí se aplicara el delito de “portación de cara”, íbamos todos presos.



Plaza de Armas, casi sin gente


En la plaza no hay viejitos, como yo, leyendo el diario. Simplemente, porque los bancos no tienen asientos, solo los respaldos.


Plaza de Armas de Tocopilla


Di una vuelta en la Clementina. Fui hacia el sur, casi hasta la ruta y después hacia el norte, igual.
En realidad, Tocopilla, es solo un puerto con un inmenso caserío alrededor.


Vista de Tocopilla


Como estoy de “vacaciones” hasta enero, pretendí hacer turismo.
¿Turismo? Las tumbas etruscas, turismo...
Le pregunté a un vecino que podía ver, algo interesante, atrayente. Me contestó: “¿Aquí? Aquí no hay nada atrayente. Esto que ve, es todo... vaya a las playas, si quiere”


Calle, escombros, carteles rotos


Me volví al cuartel. Entré al barrio sin dificultades.
Parece que lo riesgoso es de noche o caminando. Yo no tuve ninguna dificultad.
Tengo víveres para hoy y mañana. A más de una botella de Cola de Mono, para brindar esta noche por la felicidad de mis hijos, familia y mis amigos.
¿Suena egoísta, el brindis? Es posible. La Mafalda de Quino, hubiera brindado por la Paz del Mundo. Yo creo que al mundo hay que cambiarlo trabajando para ello, y no brindando para que “algo suceda” y todo cambie.
Acabo de hablar con Mariana. En Barcelona ya son las 12 de la noche.
Algo que debo destacar es que son casi las 9 de la noche y no he escuchado un solo cohete.
¡Es maravilloso! Las navidades sin cohetes son mucho más lindas.
No sé si están prohibidos o es que toda la pólvora se la llevan las mineras. Pero no hay cohetes... hasta ahora. Veremos a medianoche.
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