ANTOFAGASTA
Lunes, 21 de diciembre de 2009
 
Me levanté demasiado temprano, como siempre.
Todo cerrado.
Lo primero en abrir fue un importante mall, que quedaba cerca.
Algunas cosas interesantes. Algunos papeleros, en la vía pública, tienen un cenicero en la parte superior, para que, ni siquiera, los puchos se tiren al piso. Y, en general, así lo hacen.

Papeleros, con cenicero

Otra. Algunas veredas tienen unas piedras hexagonales, seguramente, antiquísimas. Estan gastadas, en sus intersticios. No las reparan. En su lugar ponen prolijos carteles que, seguramente, es más costoso que repararlas.



Veredas vs Carteles

Fui a comprar víveres y me entusiasmé con unas bermudas y una remera.
Volví a la Clementina y, en el camino, pacté en el laboratorio del doctor Blanco, para ir al día siguiente a hacerme análisis.
Tenía pactada una visita a la Universidad del Mar a mediodía.
Fui muy bien recibido y tuvimos una prolongada reunión.


Universidad del Mar

En Chile se le da mucha importancia a la riqueza marina. En casi todas las ciudades costeras hay verdaderas “fábricas” de profesionales en las ciencias del mar.
Luego de la reunión, volví a la Clementina y me probé la ropa que había comprado.
Como siempre ocurre, supuse que estaba más flaco que lo que la realidad manda. La ropa me quedaba chica.


El Mall de Antofagasta

Volví a la tienda y me mandaron a devolverla al Servicio al Cliente.
Buena fortuna, la mía. Allí, me atendió Patricia, un amable antofagastina que, inclusive, me acompañó a buscar la ropa en la góndola. Fue muy servicial y simpática. Se interesó mucho en la travesía. Quedamos en que me buscaría cuando concluyera su jornada, pasearíamos por Antofagasta y me mostraría sus encantos... los encantos de Antofagasta, claro.
Para hacer tiempo, fui a pasear por el centro.
Antofagasta tiene 285.000 habitantes y... deben haber estado todos en la plaza o en sus alrededores
Vean estas fotos:


Hace años, Florida o Lavalle eran así

Así fue. Yo estaba frente a los Carabineros, a 3 cuadras del Mall.
Como a las 7:30 apareció por allí. Conoció a Clementina que estaba, gracias a mi previo esfuerzo, muy ordenada y hasta perfumadita. Diría que hubo un enamoramiento mutuo (entre Clementina y Patricia).
Salimos a cenar y pasé un tiempo encantador con esta chica que podría ser mi hija, pero que, afortunadamente, no lo es.
Martes, 22 dic 09
Me costó levantarme temprano, pero tenía pactados los análisis en el laboratorio.
Fui, en ayunas, como corresponde.
El laboratorio es un dechado de perfección. En la sala de espera, una imagen de Monseñor Escrivá de Balaguer, me indicó que Don Blanco, pertenecía al Opus Dei.
Me prometieron tener los resultados para las 10:30 hs.
Estaban razonablemente bien.
Había recibido respuesta de Mauro Robles, director de El Mercurio de Antofagasta. El contacto era producto de una gestión de Jorge Vega Díaz, del RC Valparaíso. ¿Lo recuerdan?
Me comuniqué con Mauro y mantuvimos una larga charla. Es un hombre muy cordial e, inmediatamente, me ofreció hacer una nota para su revista “7 Días”.
Me pidió que contactara a Osvaldo Urrutia, el editor.
A las 11, fui al diario a hacer la nota. Urrutia llamó a Pablo Carrasco, periodista, 35 años, un verdadero hallazgo.

Después de grabar la nota, salimos a hacer unas fotos con Clementina.
Pablo, además de hacer las fotos, me llevó a varios lugares.
Patricia me engañó. Nunca me mostró los encantos de Antofagasta. En cambio, Pablo, sí.
Fuimos hasta La Escondida, un lugar costero, que pertenece a la mina del mismo nombre.
Allí había un barco cargando cobre ¡líquido! desde un tremendo estanque, tipo australiano.

El proceso es el siguiente. Transportar cobre en láminas y en camiones era un proceso muy caro.
La Escondida hizo un cobreducto desde la mina, a 300 km, hasta el mar.
Por el cobreducto llevan agua de mar hasta la mina. Dijimos, a 300 km.
Allí mezclan el agua con cobre, previamente pulverizado, y esa pasta de baja densidad, la envían de vuelta,
otros 300 km, para ser embarcada.

El gigantesco tanque de cobre líquido

Verdaderamente, una empresa de titanes, pero que ha abaratado notablemente el transporte hasta hacer el costo del producto muy competitivo.
También me llevó a ver las ruinas de una vieja fundición que hay frente a la costa y que data del 1900.
Me dio mil datos sobre Antofagasta, aunque Pablo es natural de Rancagua, 100 km al sur de Santiago. Me habló de la más grande concentración de flamencos, del parque de meteoritos más grande del mundo, del mayor índice de radiación solar y, por ende, de presencia de cánceres de piel. Sabe muchísimo y terminó confesando que le encantaría ser guía de turismo receptivo en Antofagasta.
Tal vez, el mayor aporte que hizo Pablo fue ponerme en contacto con Blanca Gutiérrez y la Corporación GEN, pero esta fue una experiencia tan asombrosa que la describiré por separado.
Dejé a Pablo en la radio, donde lee las noticias del mediodía y me fui a hacerle un cambio de aceite a Clementina.
Elegí el mejor lubricentro de Antofagasta y le puse el mejor aceite.

Lubricentro de lujo (excepto para Renault)

Eso sí, como de costumbre, el filtro original de Renault no existía, de manera que le pusieron uno que era “igualito, igualito”.
¿Igualito? Las tumbas etruscas, igualito.
El filtro quedó perdiendo aceite y deberé cambiarlo en cuanto encuentre uno original (que, me imagino, lo tienen escondidos los franceses en París).
Luego, puse proa a la Corporación GEN, que pueden ver en página por separado.
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