CORPORACION GEN
LA CORPORACION GEN
 
El primero en hablarme de la Corporación Gen fue Pablo Carrasco, el periodista de El Mercurio de Antofagasta.
Lo vi tan entusiasmado, tan insistente en que yo debía conocer esta experiencia, que acepté desviarme del camino a Tocopilla, para ver cuanto había de cierto en lo que me relataba.
Lo primero que debemos hacer es tomar conciencia de la geografía del desierto de Atacama.
Como su nombre lo indica es eso, un desierto. Cientos de kilómetros sin un solo vegetal. No es arena, como el del Sahara. Es roca, tierra y arena. Tan árido que uno piensa, mientras lo recorre que es incompatible con la vida, especialmente la vegetal, tan dependiente del agua.

Nada, nada verde en kilometros a la redonda


Las noches son frescas, pero el día es caluroso y, a partir de las 11 de la mañana y hasta las 7 de la tarde, al menos en diciembre, que fue cuando lo atravesé, el sol pareciera ensañarse con la tierra. Sin protección y sin conocimientos, quien se pierda allí, es hombre muerto.
Construir la ruta que lo atraviesa debe haber sido un gran sacrificio y un esfuerzo titánico.
Por eso, cuando Pablo me habló de un oasis en el desierto, me resultó difícil de creer. Me dijo que había una señora, Blanca Gutiérrez, que “administraba” aquello y le llamó por teléfono, para concertar una cita.
Al terminar la conversación, me comentó: “Tienes suerte. Doña Blanca está yendo para la Corporación y te esperará allí hasta las 6 de la tarde”.
Era mediodía, todavía tenía que cambiarle el aceite a Clementina y, además, no quería llegar muy tarde a Tocopilla.
Dudé varias veces en ir o no.
Finalmente, le llamé a Blanca. Muy amable e interesada, me prometió esperarme y me dio las indicaciones para llegar: “Tome al camino a Calama, suba una cuesta muy pronunciada que hay. Al llegar a la cima, encontrará un nudo, siga 4 kilómetros. Mire a su derecha, donde vea verde, allí es. En total son 22 kilómetros”.
El entusiasmo de la mujer en nuestra reunión, terminó de decidirme. Me monté en la Clementina y allí partimos, rumbo al desierto nuevamente.
A medida que me acercaba a la zona indicada, se me hacía más difícil creer que allí podría haber un solo árbol.
Sin embargo, al irme acercando, un punto verde apareció a lo lejos. Y comenzó a agrandarse. Evidentemente era cierto, allí habían árboles.
Cuando llegué, tuve que desviarme de la ruta y tomar un camino de tierra. Poco. No más de 300 ms.
A la entrada un gran cartel verde.

Al traspasar el portón fue como entrar en otro mundo.
Todo era verde. Todo era vida. Un lugar increíblemente acogedor.
Vi un auto estacionado y me estacioné al lado.
Al bajarme, vi a un hombre agachado, trabajando sobre unas maderas. Tenía una capucha que le cubría totalmente la cara y la cabeza y le llegaba hasta los hombros. Sólo 2 agujeros para los ojos.
Cuando pregunte por la señora Blanca, me contestó, sin mirarme y sin dejar de trabajar: “esa que está allá... la casa verde”, con ese tono de muchas eses, propio de los bolivianos.
Fui hasta allí. En la puerta, una placa que decía: “Blanca Gutiérrez N – Matrona”.

No alcancé a golpear. Apareció ella. Menuda. Mayor. Sonriente. Con su mano extendida. El engrosamiento de las articulaciones de falanges de sus manos me hizo pensar que podía padecer artritis.
Me invitó a que fuéramos a un sitio que parecía una ramada. Nos sentamos y me empezó a preguntar sobre mi travesía. Me estaba midiendo.


Doña Blanca Gutiérrez N.

Una vez satisfechas sus inquietudes, me empezó a contar la historia.
“Esto empezó hacen 25 años. Llegó por aquí un hombre de Israel y le contó a nuestro amigo Pedro Aranda, sobre las experiencias de los kibutzim y como, esto, había transformado Israel”.
“Pedro, fascinado, dijo que si ellos podían hacerlo, nosotros también”
“Empezamos a buscar un terreno. Eran tiempos difíciles –recordaba-, la dictadura pensaba que teníamos fines políticos. Tuvimos que hacer una corporación”.
“Finalmente, encontramos este sitio”
A Doña Blanca, le brillaban los ojitos y miraba alrededor como si estuviera viendo el páramo que eso era, en un principio.


Esto era en 1985


Este es el mismo tanque, hoy

Esta mujercita de 70 años se mueve, piensa y habla con mucha agilidad. Puede que no sea así, pero mi imaginación me hacía suponer que, esa extraña energía, la sacaba de su oasis.
¡Hasta yo me sentía más joven!
“Este lugar –prosiguió- había sido una vieja estación de los ferrocarriles ingleses, de la que ya no quedaba nada. Absolutamente, nada. Excepto una cañería de agua que los bolivianos (en aquella época, esa tierra pertenecía a Bolivia), le habían autorizado a los ingleses”.
-          Entonces, el agua de este sitio... ¿viene desde Bolivia? – le pregunté.
“Así es... entra en una cañería desde un río boliviano... nutre a varias minas que hay más arriba y llega hasta aquí”.
“Lo primero que construimos fue un estanque... ese que está ahí... tal cual lo hicimos hace 25 años”.
“Luego hicimos la primera casa, que hoy es la administración. La hicimos de piedras, intercaladas con botellas"


Las botellas permiten el paso de la luz, pero aislan del calor

"La diseñó mi hijo, que es arquitecto”
De a poco, fuimos agregando otras casas y otras cosas, hasta llegar a lo que hoy tenemos. Todo gracias a la visión y el empeño de un pionero extraordinario, Pedro Aranda. Pedro sabe de tu visita y me pidió hablar contigo. El está en Santiago, por razones de salud. Lo van a operar de un tumor de colon. Tiene 69 años. Afortunadamente, parece que lo han detectado en un estadio temprano, de manera que pronto lo tendremos nuevamente por aquí. Espera, que te comunico.”
Rápidamente, sacó de su bolsillo un moderno celular, llamó y me puso al habla con el impulsor de esta maravilla.
Don Pedro irradiaba, a través del teléfono, la misma energía y entusiasmo de su amiga. Es filósofo de profesión.


Cartel con algunos conceptos de Pedro

Estaba muy enterado de los detalles de mi travesía. Charlamos no menos de 15 minutos. Me contó su experiencia, pero lo más admirable fue sentirlo hablar de sus proyectos a futuro. Obviamente, es un jovencito de 69 años. Lo mismo que Blanca.
Fuimos a caminar por el predio, mientras Blanca seguía contándome.
Habían gallinas, patos, conejos. Un festival.


El gallinero

Hasta pude ver un espantapájaros, trabajando de espantapájaros. No lo veía desde niño

Don espantapájaros

“Actualmente, viven acá dos familias bolivianas, que hacen de caseros. No les pagamos nada. Solo le damos la tierra, para que la cultiven y ellos viven de la venta de sus cultivos. Son gente buena y trabajadora. Yo vivo aquí, pero suelo bajar a Antofagasta, a la casa de mi hijo. Voy y vengo”
-          Debe ser muy difícil ir y muy fácil volver, a este lugar tan lindo – le comenté.
“Si, me cuesta mucho arrancar... pero alguien tiene que hacer la tarea sucia –respondió, con picardía-...”
Recorrimos todo el sitio. Caminamos más de 400 metros para llegar hasta la chacra de los bolivianos. Prolija, verde, muy verde. Todo tipo de cultivos.






Imágenes de las chacras

Había un moderno camión que pertenecía a una empresa de Antofagasta que compraba la producción de esos cultivos.
Unos metros mas alla, habían 1000 plantas de vid, que cultiva la corporación. No eran parras, espalderos o viña, simplemente la vid en forma rastrera. La variedad es para consumo en fresco, pero ya han plantado varietales para hacer vinos.
Mientras regresábamos, pasamos por una inmensa grieta que se perdía de la vista.


La tierra partida...

"Fue un terremoto. Hace como 3 años. Era muchísimo mas ancha y profunda. Ya está casi cerrada", me comentó
Volvimos al caserío. Fausto, uno de los bolivianos, me tomó una foto con Blanca, claro privilegio que atesoraré.

En un momento oscurecería. Le pregunté a Blanca, como hacían de noche.
“Aca no nos falta nada –contestó-. Ya viste como hablamos con Pedro a Santiago, en un instante. Tenemos señal de radio y televisión. Agua, no abundante, pero agua, al fin. Calefones, electricidad, cocinas solares... todo lo que necesitamos... El Sol es nuestro gran proveedor... uno de mis perros se llama Inti, en agradecimiento”


Cocina solar, construida por Carlos Espinoza

"Esta cocina me la hizo nuestro amigo Carlos Espinoza. Es profesor de Física. Tiene 86 años. Nos ha ayudado mucho. El inventó el aparato que viste a la entrada, es para atrapar la camanchaca"
Debo haber puesto una cara muy reveladora de mi ignorancia
"¿No sabes lo que es la camanchaca?... es lo que ustedes llaman niebla.
Esos globos romboideos que viste a la entrada es una maqueta. Tenemos mucha ilusión de construir varios grandes. Cuando viene la camanchaca, queda aprisionada allí, y va destilando agua. Algo es algo"


El atrapa-nieblas de Don Carlos

"Además, -prosiguió- existe la posibilidad de perforar. Vinieron 2 zahoríes a evaluar".
De nuevo, mi cara de ignorancia. Se me ocurrió que estaba hablando de alguna tribu africana. Creo que me leyó el pensamiento.
"Un zahorí - explicó- es el buscador de agua. Lo hacen con una rama, como si fuera una horqueta, terminada la punta en espiral. Parece mentira, los dos vinieron en diferentes oportunidades. No saben el uno del otro, pero señalaron los mismos 3 lugares probables. Más aún, uno de ellos, que es chileno, pero vive en tu Santiago del Estero, aseguró que estaría como a unos 60 metros"
“Los domingos suelen venir los otros socios de la corporación (somos 24), a pasar el día. También nos visitan colegios y las empresas de turismo, traen delegaciones a conocer la experiencia. Les cobramos un poquito y, con eso, mantenemos el proyecto”


Casa de la administración. La usan los socios


Kiosco recuperado, también para los socios

Me explicó, con gran conocimiento, el aprovechamiento de la energía solar. Ella misma tiene 2 celdas solares. Cada una le provee 40 watios por hora que los almacena en una gran batería amarilla, cuya duración estimada de vida, es 10 años. Su calefón es solar, por supuesto, igual que su cocina. Tiene radio, televisor, heladera.
Su casa es acogedora. Plena de detalles cálidos. La bacha de la cocina, por ejemplo, está construida con piedras y se comunica, a traves de la pared, con el lavatorio del baño, con un desagote común. Es, en realidad, una fuente redonda, con una mitad dentro de la cocina y la otra dentro del baño.
-          Me parece genial –le dije-. Seguro fue idea de tu hijo, el arquitecto
- "Para nada. Esto fue idea mía, aunque la casa, en general, la diseñó él."
La casa es una especie de loft. En la planta baja hay un gran ambiente que es recepción y cocina, un baño completo con bañera, y una zona donde está el dormitorio de Blanca, rodeado de cuadros típicos franceses.
En el entrepiso, hay un segundo dormitorio, para huéspedes, con una terraza espectacular, que da al infinito.
Imagino que beber un pisco al atardecer, sentado en esa terraza, con la música de un saxo lento al oído, debe ser la má clara expresión del pecado de lujuria espiritual (este nuevo pecado todavía no existe. Lo acabo de inventar. Pero no dudo que el Vaticano lo oficializará y corresponderán 3 Avemarías y 1 Padrenuestro, para su redención).
Podría pasarme un año escribiendo sobre este maravilloso vergel. Quedan mil detalles sin describir. Sin embargo, aún sería poco. No es una experiencia transferible, sólo se puede valorar viviéndola en persona.
Quien quiera imaginarse, en forma aproximada, lo que puede ser el Paraíso, debe visitar este lugar.
Queden ustedes tranquilos, Blanca y Pedro, han demostrado que a la naturaleza, a veces, también se le puede vencer.
Tengan la seguridad que, si me alcanzan las afeitadas, volveré y, esa vez, será para quedarme un tiempo...
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