CASMA
Como a las 4 de la tarde partí hacia Casma, donde ahora estoy.
Me habían prevenido que no parara en el camino por ningún motivo, aún cuando encontrará piedras o una persona tirada. La verdad es que no tuve ningún inconveniente y no lo he tenido, salvo lo de Ica, pese a las prevenciones que, a cada rato, recibo.
Es una ciudad pequeña.
Cuando llegué, busqué la plaza de armas y allí estaban mis amigos de la PNP. Pedí autorización y me estacioné justo al frente.
Al rato, fui a la Guardia a consultar sobre algún lugar donde aprovisionarme.
Para mi sorpresa, el policía que estaba de guardia, Enrique Colmenares Arrazco, en vez de indicarme, dejó su puesto y me acompañó las 4 cuadras que nos separaban del mercadito.

Enrique Colmenares Arrazco

Mientras caminábamos, una mujer delgada, de unos 50 años, nos seguía a menos de un paso. Cruzábamos, cruzaba. Doblábamos, doblaba.
Lo previne a Enrique y me dijo que era “enfermita”.
Volvimos y me fui a dar una vuelta por los alrededores.
Como es de suponer, la “enfermita”, un paso atrás mío, hablando entre dientes.
Realmente incómodo, a las pocas cuadras, emprendí el retorno.
Ya en la Clementina, comí algo y me acosté.
Junto a mi cabeza, por la ventana, a 30 cm de mis oídos, la “enfermita” empezó, a los gritos, a cantarme salmos evangélicos y plegarias.
Traté de ahuyentarla. Nada. Ahí siguió.
Me dormí, arrullado por sus gritos.
Si alguien de Casma lee esto, por favor, díganle que no me convenció. Mis creencias en materia religiosa son inamovibles.
Además, la metodología que usa es ligeramente coercitiva.
 
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