TACNA (retrocediendo)
Domingo 21 de marzo
 
Me levanté temprano. Brevis ducha (hacía frío y escasez de agua). Desayuno e intento de dejar Ilo.
Razonablente difícil. Era temprano. No había a quien preguntar.
Di vueltas durante 15 minutos.
Finalmente, encontré un puesto de la caminera. Me hicieron un plano.
Mientras recorría el camino que me habían indicado, llegué a una bifurcación con un cartel que indicaba Tacna a la derecha. Mi plano decía lo contrario, pero el cartel era clarísimo.
“Se equivocaron los canas”, pensé. Y me largué hacia donde indicaba el cartel.
Quince kilómetros después, estaba perdido en medio del puerto.
Volví a consultar y, unos estibadores, me dijeron que estaba yendo en la dirección opuesta.
¿Qué sentido tenía explicarles lo del cartelito y la media hora perdida?
Di la vuelta y arranqué, silbando bajito.
Cuando los policías me hacían el plano, les pregunté la distancia a Tacna. Me dijeron 80 kilómetros.
Cuando iba saliendo de Ilo, vi un cartel que decía “Tacna. 90 km” y, al rato, otro que decía “Tacna. 132 km”. Parecía una broma macabra. Entre ambos carteles, había otro que decía “Confíe en la señalización”.
¡Si hay algo no confiable en Perú, es la señalización (cuando existe)!
En el camino, Clementina tiraba poco y hacía unos extraños cortes de potencia. Se me ocurrió que podía ser combustible. Lo haré ver al llegar.
Llegué a Tacna a mediodía.
Me estacioné exactamente en el mismo lugar que a la ida, frente a la policía. Un gordito simpaticón, el Superior Martínez, fue quien me lo permitió.
Le llamé por teléfono a Patricio Soto, odontólogo que me había referido William Guerrero.
Me pasó a buscar en una media hora y fuimos a la elegante confitería “Venecia”, a tomar algo. Charlamos y luego nos fuimos a su casa, a almorzar.
Conocí a su agradable esposa, Ana María, una arequipeña muy inteligente y simpática.
Patricio, como yo, es amante del Jazz. Tiene una colección de CDs envidiable. Su casa, muy acogedora, se lleno de suaves pianos y saxofones, que fueron el fondo de una amena charla. Ana María se destacó con la comida y con un muy buen Malbec mendocino, a la que remató con un exquisito café “spresso” italiano, como no tomaba desde aquellos que preparaba Pancho en las maquinitas de Martha, en el añorado Guayaquil.
Cuando anochecía, decidí levantar carpas. Patricio (Pato) y Ana, decidieron acompañarme en la Clementina.
La dejamos frente a la PNP y caminamos un rato por la hermosa Plaza de la Bandera (aquella del Arco modelo Saint Louis).
Luego, ellos se volvieron en un taxi y yo fui a hacer compras en el único lugar del centro, parecido a un minimercado, “La Genovesa”.
Comí algo y me fui a descansar.
 
Lunes 22 de marzo
 
Temprano, me paso a buscar el Pato Soto, para ir a su mecánico, Eloy, que le cambió el filtro de nafta y le reguló el clicleur de baja. Le agregué un aditivo Bardhal, por si las moscas.
Luego volvimos al centro y pasamos por el Gobierno Regional, donde nos recibió Augusto Barrera C., Gerente de Promoción de Exportaciones y Turismo. Intercambio de ideas. Le propusimos hacer el Día de la Señorita de Tacna (idea del Pato).
Estuvimos una hora redondeando la idea. Finalmente, pareciera que hará un festival anual, siempre en la misma fecha, donde ofrecerá al mundo la posibilidad de ver “La Señorita de Tacna”, interpretada por actores tacneños, en el Teatro Municipal de Tacna (que es bellísimo) y con una presentación a cargo de don Mario Vargas Llosa (mientras nos dure, el viejito). Y todo esto, en Tacna.
Sorprende pensar que aún no hayan explotado turísticamente, la razón por la cual la gente recuerda más frecuentemente a Tacna.
Partimos desde allí a ver al Gerente de Cultura y Turismo de la Municipalidad, un exquisito hombre llamado Freddy Gambetta, que nos deleitó durante media hora con sus conocimientos históricos sobre Tacna.
Su oficina está en la Casa Zela, una suerte de Museo, muy bien restaurada, donde, caminar por sus patios y habitaciones, es retrotaerse 200 años en la historia.
Los peruanos son muy particulares: según los tacneños, el primer grito libertario se dio en 1811, justamente en esa casa. Según los lambayecanos, el primer grito libertario fue cuando un batallón de soldados, logró la primera rendición de los realistas, justamente, por aquellos pagos. Y, según, los huachanos, el primer grito libertario lo dio San Martín, desde el balcón de Huaura. ¡Parece que por esa época y por estos lares, andaban todos a los gritos... libertarios!
Toda la exquisitez de don Fredy, se transformó en agresividad cuando tuvo que hablar de la relación Tacna-Arica y de la guerra con Chile. ¡Otro hombre, don Freddy, cuando habla de los chilenos!
Luego fuimos al consultorio de Patricio. Muy bien instalado y céntrico. Nos separamos. Me fui a descansar y quedamos que a las 8 me pasaría a buscar para cenar en su casa con Luis Liendo, una persona que él deseaba que yo conociera.
Allí fuimos. Quien no fue, fue Liendo. Tan falluto, como algún otro Liendo que conociera en mi vida.
Pero, sin embargo, fue una velada de lujo. Ana María se lució con una lasagna, del mejor nivel italiano, pero esta vez el vino fue chileno y el café colombiano.
Charlamos hasta muy tarde. Nos despedimos, prometiéndonos un pronto reencuentro y partí, a descansar.
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