LIMA
Camino a Lima.
Durante todo el viaje estuve evaluando la posibilidad de pasar de largo y ya estaba decidido a hacerlo.
A 150 km me contacté con Martín Bernal, joven abogado presidente del Rotary Club San Borja Sur, quien me convenció de lo contrario. Me aseguró que me conseguiría un lugar en San Borja, su barrio, que es totalmente seguro.
Al entrar en Lima, en el último peaje, me detuve y Clementina se obstinó en no arrancar.
Vinieron 2 policías, Rolando Cumacero Rodríguez y Nervil Sánchez Requejo y me ayudaron.




Era sólo un cable del arranque que, seguramente, Francisco había dejado flojo.
Entré, con gran esfuerzo (Lima es inmenso), hasta San Borja.
Pedí autorización y me estacioné cerca de la comisaría.



Y acá estoy. Son las 11 de la noche.
 
Jueves 7
Todo el día lo destiné a hacer compras, higiene de la Clementina y reconocimiento del terreno. Un día perdido. Martín Bernal no apareció y me llamó Celina Márquez Peirano, presidenta del RC Maranga, para decirme que dudaba que la reunión de ese día se concretara, pues era la primera del año y creía que no iría nadie.
Como dije, un día perdido...
 
Viernes 8
Hacia el mediodía, fui a un Centro de Vacunación Internacional, que quedaba en San Isidro.
Fui a consultar sobre la prevención de la malaria, pues en el norte de Perú empieza a ser endémica.
Mi amigo, el Dr. José Morales, titular de Infecciosas, y eximio (dije eximio, no ex_simio) epidemiòlogo, me había recomendado Tropicur. Lo que no me dijo el gordo Morales, son todos los efectos indeseables que tiene el Tropicur.
De manera que le he sacado el cuerpo hasta ahora. Pero ya estoy muy cerca y no puedo correr riesgos.
Ir a San Isidro, fue una experiencia interesante.
Fui en un bus, pues con la Clementina hubiera sido una odisea.
Los buses, en algunos casos, son unas combis bastante reducidas.
A mi me tocó una más pequeña que la Clementina, con 16 asientos. Cómo hacen para meter 16 personas ahí, es un verdadero milagro de la ingeniería. Pero, en algunos momentos, íbamos 14 o 15. Más el conductor. Más el boletero, que sube y baja, en cada parada, anunciando, a los gritos, el recorrido.
Luego de mucho andar y, después, de mucho caminar, llegué al Centro de Vacunación, justo en el momento en que estaban cerrando.
Me identifiqué como médico y me atendieron muy amablemente, pero no tenían vacunas ni contra la Fiebre Amarilla (yo me la coloqué en Mendoza), ni contra las hepatitis A o B, ni medicación antimalárica, ni algún médico que me asesorara sobre otras enfermedades a prevenir. No tenían otra cosa que amabilidad. ¡Y bueh! ¡Ya es bastante!
Volví a San Borja. Averigüé sobre cubiertas. Quiero ponerle pantaneras, por si las moscas.
A las 7, habíamos quedado con Martín Bernal de reunirnos. Llegó a las 7 y media y charlamos un rato. Nos separamos y aquí estoy.
Igual que ayer.
Igual que anteayer.
Otro día perdido.
Será hasta mañana.
 
Sábado 9
Martín me llamó para decirme que, mañana domingo, había organizado un almuerzo con algunos otros rotarios para intercambiar ideas. Una suerte de agasajo, que me pareció una excelente actitud de parte de los amigos peruanos.
El resto del día lo destiné a llevar ropa a lavar y a escribir.
Contestar los mails sigue siendo un factor devorador de tiempo.
También contacté con Francisco Narváez, rotario de Guayaquil, y con Luis Torrez, de Colombia.
Hoy hice poquito, muy poquito.
Otro día perdido.
 
Domingo 10
Me desperté temprano (5 y media) y di una vuelta con Clementina, para cargar baterías.
Volví, me bañe y desayuné.
Al mediodía, me cambié para esperar a Martín.
Me llamó como a la una, para pedir disculpas, pues estaba con una gastroenteritis y había cancelado el almuerzo.
De todas maneras, me dijo que pasaría a las 7 con Carlos Mac Lean, para que charláramos un rato.
A las 7 lo esperé. Llegó a las 8.
Fuimos a tomar un café. Charlamos. Intercambiamos algunas ideas con Carlos, que es una persona muy interesante.
Me preocupó ver como Martín, en medio de su gastroenteritis, se comió un “picarón”, especie de buñuelo gigante frito, con una salsa dulce. Pero, en fin, debe estarse sintiendo mejor... o no habrá estado tan mal...
Conclusión, otro día perdido y van 4.
 
Lunes 11
Estuve toda la mañana, esperando el llamado del mecánico de Carlos Mac Lean, que quedó de hacerlo, para reparar los frenos.
No lo hizo. Parece que la formalidad no es una de las cualidades máximas de los peruanos.
A las 4 de la tarde apareció el mecánico, Juan Machiavelo. Revisó el auto. Me llevó al taller de un amigo, quien me dijo que volviera al día siguiente.
En la noche, me pasó a buscar Martín y fuimos a una reunión en un club al que él asiste. Me pidieron que expusiera sobre la Travesía y luego tuvimos un ágape, muy cordial.

MARTES 12
Temprano, llevé a Clementina al taller de Enrique Yamakawa. El taller era de terror... de terror económico. Una pulcritud de quirófano. No menos de 10 empleados, uniformados y de punta en blanco.

Le insistí 2 o 3 veces a Enrique que me dijera cuanto me costaría la reparación.
Don Yamakawa, como su apellido oriental indica, es hombre de pocas palabras... y de ningún presupuesto.
La reparación de los frenos de Clementina tomó no menos de 2 horas, con 3 hombres trabajando en ella.
Cuando concluyeron, fui a la oficina a pagar, con la sensación interna de tener que dejarles las llaves y volverme caminando a Argentina...
Cuando consulté cuánto debía, una de las hermanas de Yamakawa, que administra el taller, me dijo que tenía orden de Enrique de no cobrar nada, que el trabajo era un aporte a la Travesía.
Asombrado, porque yo no había hablado una palabra de ese tema, consulté de donde se habían informado. Me dijo que su hermano había ingresado a la página web y que había decidido apoyar los objetivos en todo lo que estuviera a su alcance.
Agradecí y me fui muy feliz y con unos frenos que serían la envidia de Schummacher.
Al mediodía, dos de los miembros del club de Martín, Rodolfo Vela, abogado, y Carlos Hernando, profesor de marketing, me pasaron a buscar para llevarme a almorzar.

Rodolfo Vela y Carlos Hernando

Tuvimos un almuerzo muy cordial, donde intercambiamos ideas y experiencias.
Luego del almuerzo me llevaron a conocer varios lugares.
Entre ellos, el Museo Masónico de Lima.


 
De hecho, un lugar interesantísimo, preñado de historia.
Entre otras cosas, exhiben una suerte de delantal, llamado mandil, que se usa en las ceremonias masónicas, y que perteneció al General San Martín.

Mandil del General San Martín

Más aún, tienen todo un panel destinado a San Martín y a sus actividades, desde la Logia Lautaro, en adelante.


 
Realmente, volver a la actividad me ha reconfortado.
Si bien hoy fue un día egoísta, en cuanto al trabajo a realizar, nada para afuera, todo para mí, la reparación de Clementina y el tour turístico, me ha llenado de satisfacción.
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