Yo pensé que allí terminaban las gentilezas de Mateo, pero no.
Siguió acompañándome. Se metió en Ecuador y me llevó hasta el primer pueblo, que se
llama Zaruma, donde está la aduana. Todavía no me explico como evitan el contrabando,
cuando la gente puede deambular entre ambos pueblos sin control alguno.
Allí nos despedimos. Hice los trámites correspondientes y seguí sólo hasta Machala,
donde ahora estoy.
Documenté el momento en que Clementina pasa por el Puente de la Paz, para su historial.
No pude clavar la Navaja de la Novena, como hubiera querido, pero habría que ser muy
tonto para intentarlo en un puente de cemento.
Momento histórico: Clementina entra en Ecuador
Lo que más me impresionó fue que, tan pronto pasé la frontera, cambió el paisaje. Perú
es color marrón, Ecuador, en cambio, es verde. Pero verde, verde.
Ecuador: bananos a la vera del camino.
Pedí permiso y me estacioné frente al cuartel de policía, que es un predio inmenso, de
varias hectáreas. Me aconsejaron que no saliera de los alrededores.
Lo que no sabían es que ni se me hubiera ocurrido hacerlo.
En la noche fui a comer al único lugar que había por allí: el reconocido y prestigioso
Restaurante, Catering, Foods & Bar “La Albóndiga Agria”.
Restaurante 5 tenedores... dos cucharas... y el cuchillo lo trae el cliente.
Unas mesitas comunitarias en la vereda. Los pollos dorándose también en la vereda.
Eso sí, la higiene ante todo: también en la vereda, un extraño artefacto que, en la parte
superior, sostiene un bidón de agua del que sale una goma que cuelga sobre una
palangana que está a 1 metro de altura.
Mani puliti... como los italianos
Había un jabón y una toalla, colgada a un costadito. La gente se lava las manos allí y,
cuando la palangana se llena, se tira el agua a la calle.
La comida era acorde al lugar. Pero era lo que había.
Mientras comía, se sentó un policía al lado y nos pusimos a conversar.
Me preguntó de donde era, que hacía, de donde venía y hacia donde iba.
Por obvias razones, fui bastante parco.
El termino de comer antes. Se levantó y buscó a doña Noemí Rivadeneira, la dueña. Al
rato volvió y me dijo: “Fue un gusto conocerle, doctor. Mi nombre es Javier Núñez. Su
comida ya está paga. Buenas noches”.
Javier Nuñez
Me quedé desorientado. Si yo fuera una rubia de ojos celestes, se podría entender,
pero siendo un gordo pelado ¿qué lo motivaría?
Me quedé charlando con doña Noemí que, al enterarse que era médico, sacó a relucir
toda su personalidad hipocondríaca, me contó toda su historia clínica desde que le
salieron los dientes hasta su última prótesis dental.
Me pidió que le tomara la presión, cosa que haré mañana.
Domingo 31
Hoy me levanté temprano.
Lo primero que hice fue solucionar el tema de la bomba de agua. Tuve que meterme
bajo la Clementina y demoré una hora en sacar 4 tornillos. Pero, afortunadamente, ya
tengo agua de nuevo.
Almorcé y me fui a Internet a actualizar la página y a realizar los contactos de Guayaquil.
Mañana temprano pondré proa hacia allá.
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