Fui a la casa de Lucho a recargar los tanques y partí.

A las 2 horas pasé por las líneas de Nasca y por el mirador que tanto me impresionó cuando lo trepé a la ida.

En Nasca estuve a las 12. Obviamente, el tiempo daba para seguir adelante.

En el peaje de Llauca, unos 50 km antes de llegar a Chala, me volvieron a hacer el planteo de la patente que empezaba con “W”. Afortunadamente, la chica fue condescendiente y entendió mis razones, pero me cobró 4 dólares.

Volví a pasar por las “zonas de arenamiento”. Estaban igual... en todo caso, 4 meses más descuidadas...

Otra cosa.

¿Se acuerdan cuando les conté que, a la salida de Chala, había un pozo del formato y del tamaño de un elefante?

Bueno, ahora el elefante estaba con una elefantA (¿vio, señora PresidentA, como le hago caso?)... Pero, además, a continuación había varios elefantitos... seguramente obra del amor de sus padres y de la desidia de los funcionarios viales de la zona...

Llegué a Chala a las 3 de la tarde. Me estacioné en la plaza, frente a la policía.

Seguía llena de chicos jugando, que rodearon la Clementina y disfrutaban la novedad.

Fui a comprar unos víveres, en el mismo negocio donde compré a la ida.

La señora, embarazada entonces, ya había tenido a su bebé, de nombre Jael. Estaba ahí, en un cochecito. Le hice, al bebé, el remanido comentario: “Viste, Jael... te conozco desde que estabas del lado de adentro de la mamá y ahora nos encontramos aquí afuera”. Obviamente, Jael no entendió ni pizca.

Fui cargar combustible. Pedí de 95 octanos y me dijeron que sólo tenían de 90. Me la cobraron mucho más cara que la de 95 y, además, deben haberle puesto de 70, porque Clementina cascabeleaba como loca.

A Camaná me quedaban 3 horas. No iba a llegar antes de anochecer, pero la siguiente ciudad, Atico, está a 85 km. Y me largué.

Llegué a Atico, como a las 6 de la tarde.

Estoy estacionado en la PNP. Compré víveres y me acostaré temprano.